por Arturo Monterrubio
Hace más de veinte años, leímos en nuestro boletín dominical un mensaje que precisamente pedía un hogar para los que sufren, un hogar para aquellos que no lo tienen. Pedía abrir nuestro hogar a niños que habían sido abandonados, con necesidades especiales, que habían sufrido de adicciones, discapacidad y que necesitaban una familia que los recibiera como uno de ellos “como uno que me pertenece” (Novo millennio ineunte 43). Al aceptar la invitación, empezó una jornada llena de emoción, gozo, esperanza y sufrimiento, que aún no ha terminado.
Al abrir las puertas de nuestro corazón y de nuestro hogar, de un día para otro, nuestra familia que constaba de tres hermosos hijos, aumentó a seis. Emprendimos esta jornada con miedo pero sobre todo con mucha esperanza. La realidad de la que venían estos tres chiquitos era tan diferente a la nuestra, con tantas necesidades y carencias, con tanto dolor y sufrimiento.
No fue una transición fácil, pero especialmente en esos primeros meses, nos conmovió el apoyo de nuestros vecinos, familiares, feligreses, amigos, y compañeros. Se unieron a nosotros al celebrar la llegada de estos tres niños a nuestra familia y en varias ocasiones nos ayudaron y prestaron un oído atento, haciendo realmente lo posible para que sintieran amados, aceptados, que no están “fuera” (Benedicto XVI, Discurso “Fiesta de los testimonios”, Milán, 2 de junio de 2012).
Pasamos por muchos momentos muy difíciles, ha habido muchas lágrimas y dolor, pero también gozo, alegría y mucho agradecimiento a Dios al ver cómo en nuestra familia crecía su amor. Dando un vistazo al pasado, agradecemos a Dios por lo mucho que nos enriqueció con esta vivencia llena de gracia en la que nos enseñó a ser compasivos, misericordiosos, pacientes, generosos y agradecidos por tantas bendiciones.
Ya sea, por adopción, enfermedad, diferencias, al abrir la puerta de nuestro hogar, de nuestro corazón a aquellos que sufren, nos enseña a sufrir con ellos y caminar junto con el resto de la comunidad cristiana el camino de Jesús hacia la cruz. Lo que nos llena de esperanza, es que no acabó todo en la cruz, sino que Jesús resucitó, así como esperamos sean los frutos de abrir nuestro hogar para los que sufren: tener una nueva vida en Jesús confiados en que “El Señor está cerca del corazón deshecho y salva a los de espíritu abatido” (Salmo 34,18).
Arturo Monterrubio es un diácono permanente de la Arquidiócesis de Galveston-Houston, es además director de la oficina arquidiocesana de la Vida Familiar y está casado por 34 años con Esperanza con quien tiene seis hijos. Ambos conducen el programa semanal “En Familia” de Radio María.