Recuerdo una ocasión en que las palabras de alguien me inyectaron la fuerza que necesitaba para seguir viviendo; otra vez, al abrazarme solidariamente un amigo sentí que Cristo me animaba y consolaba. En otra ocasión recibí el agradecimiento de alguien que se inspiró en mí para cambiar el curso de su vida. A mi mente vino también la sonrisa de un desconocido cuyo gesto iluminó una dolorosa oscuridad que me invadía haciendo mi día rico y productivo. También recordé cuando al compartir con mi padre la carrera que deseaba seguir me respondió despectivamente enfatizando las probabilidades de fracaso de esa ocupación. Al escucharlo sentí que algo en mi moría. Concluí que muchas veces, quizá más irreflexivamente que intencionalmente, sembramos vida o damos muerte..