Recuerdo una ocasión en que las palabras de alguien me inyectaron la fuerza que necesitaba para seguir viviendo; otra vez, al abrazarme solidariamente un amigo sentí que Cristo me animaba y consolaba. En otra ocasión recibí el agradecimiento de alguien que se inspiró en mí para cambiar el curso de su vida. A mi mente vino también la sonrisa de un desconocido cuyo gesto iluminó una dolorosa oscuridad que me invadía haciendo mi día rico y productivo. También recordé cuando al compartir con mi padre la carrera que deseaba seguir me respondió despectivamente enfatizando las probabilidades de fracaso de esa ocupación. Al escucharlo sentí que algo en mi moría. Concluí que muchas veces, quizá más irreflexivamente que intencionalmente, sembramos vida o damos muerte..
Recordemos ocasiones en que con nuestras palabras, actitudes o acciones hemos aplastado autoestimas, hemos hecho miserable la vida de aquellos con quienes convivimos o tratamos; en que por egoísmo hemos fragmentado nuestra familia al imponer sin consideración nuestra voluntad o por la irresponsabilidad de nuestros deberes. ¡Cuántas veces hemos ignorado a alguien necesitado de apoyo y afirmación, o que añoraba una caricia o validación de sus sentimientos y aspiraciones; ocasiones en que nos hemos hecho sordos a voces que claman por justicia y paz!
Fuimos creados por amor y para amar. Es nuestra misión en la vida. Al aceptarla adoptamos nuevas perspectivas y responsabilidades comenzando en el seno familiar pero extendiéndose a muchas otras áreas. Optar por la vida es convertirnos en instrumentos de Cristo, ser sus brazos, pies y oídos en este mundo; es ser ‘la sal de la tierra’, es dejar que su luz brille a través de nuestras acciones. Es amar como él amó.
Nuestra comunión con Dios mediante la oración y la práctica de la caridad riegan y mantienen fértil nuestro terreno para producir semillas que perpetúen una cosecha de vida. La ausencia de ellas gradualmente lo seca y lo hace improductivo. El Papa Francisco dice que “Lo que la Iglesia necesita con urgencia es capacidad de curar heridas y dar calor a los corazones… Como un hospital de campaña tras una batalla”. Cumplamos nuestra misión, curemos las heridas; descartemos el egoísmo y el propio interés. Empleemos nuestros esfuerzos en sembrar vida atendiendo a quienes sufren o están en peligro de fallecer. Recordemos que no solo sembramos muerte con nuestras malas obras, egoísmo e intereses propios sino también al ser indiferentes al sufrimiento de los demás. ¡Optemos por la vida!
Dra. Fanny Cepeda Pedraza es consultora nacional en el área de catequesis y formación teológica.